«Déjame si estoy llorando, es que sigo procurando en cada lágrima a darme paz» Curet Alonso y Nelson Ned
Cuando me pongo a pensar en mi vida y en las diferentes etapas que he pasado, me recuerdo triste. Obviamente he tenido momentos repletos de felicidad y risas a morir. Sin embargo, creo que son más notorios los momentos de tristeza en mis recuerdos.
Desde muy pequeña me dijeron que no debía llorar o me darían una buena razón para hacerlo, entonces ese sentimiento lo asocie con algo negativo. Así que todas mis ganas de llorar tenían que contenerlas en mi garganta, guardarlas en mi estómago, respirar profundo y sacudir mi cabeza para secar las que podrían haberse escapado y así nadie lo notara.
Siempre me preguntaba por qué las personas podían ser felices y yo no, incluso me identifique con la frase de que la felicidad es ignorancia y me vanagloriaba diciendo que yo era infeliz porque era muy sabia.
Todo cambio cuando me enamoré, me convertí en la mujer más chillona que pudiera existir. Incluso en una ocasión lloré a mares con la película de Kunfu Panda y fue tan increíble esa liberación de emociones. Tiempo después comprendí que llorar de vez en cuando es necesario y no debemos avergonzarnos. Ahora también lloro cuando me siento feliz, enojada, conmovida y cuando obtengo las cosas por las que tanto he luchado.
Llorar no es malo, estar triste tampoco: son emociones naturales y complejas que mucho tiempo las asocie con debilidad, pero hoy sé que llegué a esta vida para sentir todas las emociones habidas y por haber y que está bien no sentir felicidad todo el tiempo.